jueves, 4 de octubre de 2012


RESEÑAS
NEBRIJA DIGITAL. REVISTA DE LENGUA Y LITERATURA ESPAÑOLAS
NÚMERO 1 (2011) ♦ ISSN: 2174-8632
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MANUEL GAHETE
EL TIEMPO Y LA PALABRA (ANTOLOGÍA POÉTICA 1985-2010)
* * *
Sevilla, Ediciones de La Isla de Siltolá, 2011 (Vela de Gavia, 3),
416 págs., ISBN: 978-84-15039-37-2

Acaba de aparecer, en la exquisita y cuidadosa
editorial La Isla de Siltolá, la última antología
lírica de Manuel Gahete, una de las voces
poéticas más puras y ricas del panorama
actual de la literatura hispánica.
En el «Prólogo» (págs. 9-19) ―subtitulado
«La poesía de Manuel Gahete: el fuego que devora
»―, el doctor Gabriele Morelli, de la Universidad
de Bérgamo, resalta la calidad de la
poesía de nuestro vate, así como «la acuciosa
unidad que la enlaza y los diferentes motivos
de su obra», palmariamente manifiestos en
«esta nueva antología, El tiempo y la palabra, que reúne la lírica más
interesante del corpus integral de su producción, comprendida por 13
libros que representan más de 25 años de actividad poética» (pág. 11).
En su análisis, el profesor Morelli subraya el profundo conocimiento de
la tradición poética española y universal, del pasado y del presente, que
posee Manuel Gahete: de ahí le viene, por un lado, su entronque con la
poesía mística castellana ―con san Juan de la Cruz, en especial―, con
Góngora, Quevedo y la escuela poética andaluza del Barroco; y, por otro
lado, con Juan Ramón Jiménez, la Generación del 27 (Cernuda, Salinas,
Guillén y, sobre todo, Aleixandre) y los poetas del Grupo Cántico
(Pablo García Baena y Ricardo Molina, en particular). 
En la producción
lírica de Gahete, las formas métricas adquieren un papel primordial, y
en ellas se advierte la maestría y diversidad en el manejo de versos y
estrofas, que van desde el soneto y otros metros clásicos hasta las experimentaciones
vanguardistas. 
Y entre sus temas principales, el del
amor ocupa un papel esencial, que se despliega en múltiples planos y
que, como en un caleidoscopio, se manifiesta en diferentes formas de

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sentirlo y vivirlo; y, junto al amor, el sentimiento religioso y la amistad
son otros motivos vertebradores de la poesía gahetiana. En resumen,
para el profesor Morelli, en esta antología se pone en evidencia «un
continuo proceso estilístico encauzado a la síntesis y a la precisión, e
indican [...] la importancia absoluta que el poeta reserva a la sustancia
vivificante de la palabra» (pág. 15).
En su «Estudio introductorio» (págs. 21-77) ―subtitulado «De llamas
y cenizas: la poética de Manuel Gahete»― la profesora Marina Bianchi,
de la Universidad de Bérgamo, comienza esbozando el perfil biográfico
del poeta, en el que atiende a los aspectos puramente vitales ―nacimiento
(Fuente Obejuna, Córdoba, 1957), educación, familia―, profesionales
―puestos de trabajo y cargos desempeñados― y artísticos
―premios obtenidos y libros publicados―. En un primer acercamiento a
los temas poéticos principales en la obra de Manuel Gahete, la profesora
Bianchi señala el motivo amoroso ―en sus distintas vertientes y
manifestaciones―, que aparece siempre como esencia y expresión de la
vida; y junto al amor, encontramos el tiempo y la palabra ―términos
que dan título a esta antología―, pues «si el primero lleva todo camino
vital hacia su inevitable destino final, la segunda se hace cargo de la
persistencia, garantizando la inmortalidad de los sentimientos experimentados
y atrapados en el verso que intenta dar constancia de ellos»
(pág. 26). 
Tras evocar sintéticamente las numerosas fuentes donde bebe
Gahete en su evolución poética ―fuentes en las que se combinan la
tradición clásica con la modernidad vanguardista―, la profesora Bianchi
pasa después a realizar un análisis detallado de los hitos primordiales
en la trayectoria poética de Gahete, representados en la gavilla
de composiciones seleccionadas en la presente antología, facilitando con
sus comentarios una lectura más profunda y provechosa de los poemas
que se reproducen páginas adelante.
De esta manera, los poemas escogidos de Nacimiento al amor (1986),
su primer libro, ya dejan ver algunas de las técnicas expresivas características
y, sobre todo, la importancia y riqueza de matices con que se
manifiesta el sentimiento amoroso en Gahete. 
Las composiciones de
Los días de la lluvia (1987) manifiestan cómo el poeta profundiza en la
pasión amorosa y en las imágenes ―luz y sombra― que representan su
exaltación o su ausencia. 
Capítulo del fuego (1989) «marca la primera
etapa del camino hacia un estilo más sobrio, menos rebuscado, pero
más sugerente» (pág. 35), sin renunciar a su lenguaje de brillantes
imágenes y sorprendente vocabulario, ahora enriquecido; adoptando el

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verso libre, el poeta se abre al mundo y pretende que su palabra represente
la angustia existencial por el paso del tiempo, la soledad y la
muerte, de la que solo el amor puede sacarlo. 
El siguiente poemario,
Alba de lava (1990), «recorre el itinerario vital de Gahete desde el nacimiento
hasta el presentimiento de la muerte», en donde abundan las
citas y las referencias literarias y en el que «vuelve al soneto y privilegia
un lenguaje que evoca la muerte y la soledad en una reflexión metafísica
reinterpretada desde el punto de vista personal e introspectivo
del poeta» (pág. 39). 
En Íntimo cuerpo sin luz (1990) la inspiración religiosa
se hace más patente y se mezclan el soneto y el verso libre; en él
se identifican también, ya con toda claridad, amor y poesía, pues esta
es manifestación de aquel, que la engendra y sustenta. 
El Glosario del
soneto a Córdoba (1992) reúne catorce sonetos que, a manera de glosa,
concluyen con cada uno de los versos de la conocida composición que el
poeta culterano dedicó a su ciudad natal; se trata, por tanto, de un
homenaje a Góngora, con cuya poética Gahete se identifica en gran
parte, en el que ambos dialogan sobre la ciudad andaluza, aunque la
observan desde perspectivas diferentes. 
El cristal en la llama (1995) es
una amplia antología de poemas ahora retocados por el autor y ordenados
en cinco secciones temáticas: la soledad, la metafísica, la religión,
el amor y el homenaje a Góngora y otros poetas.
Casida de Trassierra (1999) es, desde el título hasta su contenido, un
nuevo e intenso ―aunque breve― homenaje a Góngora, tanto por su
lenguaje ―léxico e imágenes― como por su contenido, que evoca las Soledades
y el Polifemo del homenajeado, aunque siempre desde la perspectiva
personalísima del oferente, cuyos sentimientos del amor y la
muerte aparecen en permanente contraposición. 
En La región encendida
(2000) se mezclan armónicamente el versículo y la métrica tradicional,
al tiempo que «el tono profético y el confidencial se funden sin nunca
confundirse en una concepción de la vida en la que el amor, única
certeza de Gahete, representa la salvación y guía al poeta con su luz en
la oscuridad» (pág. 60), con una imaginería que recuerda las tres vías
místicas de san Juan de la Cruz. 
Elegía plural (2001), de tono pesimista,
presenta una mayor sobriedad formal, aun conservando el léxico refinado
característico del autor, y, frente a los anteriores libros, más visionarios,
este adopta una actitud más elegíaca, en la que las reflexiones
metafísicas y existenciales aparecen bajo el denominador común
del carpe diem. 
Con Mapa físico (2002), se confirma la tendencia de
Gahete hacia una poesía más humana y apegada a la realidad; «la
principal novedad del libro reside en el deseo de comunicar con el lector

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y de compartir con él las preocupaciones de todo hombre: el tempus fugit
que nos roba los momentos vividos y se refleja en el léxico negativo,
pero nos deja la memoria» (pág. 68). 
El legado de arcilla (2004) es ―a
juicio de la profesora Bianchi― el poemario de Gahete que «con mayor
intensidad canta el mundo pasional en una apoteosis de sentidos vertiginosos
[...]. Muerte y resurrección, en relación con la ausencia o la presencia
del amor, son los dos ejes alrededor de los cuales se van tejiendo
las siete secciones» (pág. 70) que componen el libro. 
Finalmente, el
último poemario de Gahete ―por el momento― es Mitos urbanos (2007),
en el que se culmina su trayectoria hacia una lírica más humana, pero
en el que, una vez más, sabe combinar la realidad urbana del hombre
contemporáneo con los valores y ansias permanentes de la existencia,
centrándose para ello en tres momentos o estados del devenir vital ―la
vida, el amor y la muerte―, que, del mismo modo, son las tres secciones
en que se divide el poemario.

El tiempo y la palabra es, pues, una variada y representativa muestra
de lo que la inspiración lírica de Manuel Gahete ha ido destilando a
lo largo de su ya decantada y floreciente producción poética, que en
ocasiones se manifiesta mediante versos perfectamente cincelados y
plenos de sonoridad y colorido, en los que el lenguaje hace gala de sus
mejores artificios clásicos y culteranos. Así en aquellos versos primerizos,
en los que resuenan insistentes los ecos gongorinos:

Los tuétanos del aire te susurran mi beso,
diástoles de sangre,
temosa taracea de lémures acérrimos.

(«Víspera», de Nacimiento al amor, 1986, pág. 81)

Aunque a veces los sentimientos brotan impulsivos en un lenguaje
diáfano y directo:

Si has de volver,
no pienses en mis ojos
quemados de amargor.
¡Qué importa esto!
Si has de volver,
entrégate sin treguas.
No hables
loco amor
no importa nada.

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Si has de volver...
¡Será maravilloso!
Si has de volver,
aquí tienes mi cuerpo.

(«Y puestos a volver», de Los días de la lluvia, 1987, pág. 119)

El poeta muestra su perfecto dominio técnico del lenguaje poético, de
manera particular, en sus sonetos. Así en los tercetos del siguiente, en
que evoca la pérdida de la inocencia infantil:

Me descubrí desnudo como un potro,
hirviéndome la piel de arriba abajo,
histriónico, feral, gris, inefable.
Me fui conmigo mismo y vine otro,
perplejo, sin historia, cabizbajo,
con una seriedad inentrañable.

(«Pubertad», de Alba de lava, 1989, pág. 154).

Tampoco es ajena a su poesía la reflexión sentenciosa, expresada con
un léxico justo y preciso, que encaja en el verso como de molde:

Y cara a la verdad más descarnada
jugando me aprendí mis dos lecciones:
Que nadie ofrece nada sin razones
y nadie es necesario para nada.

(«Campamento de verano», de Alba de lava, 1989, pág. 155).

La veta religiosa es fundamental en la poesía de Gahete, un río al
que afluyen veneros de nuestra mejor lírica religiosa clásica y moderna,
en la que san Juan de la Cruz y Blas de Otero se funden en una delicada
fuente que mana y corre:

Hoy dejé de rezar. Y me da miedo
pensar que me he olvidado. De rodillas
rebusco en el arcén de las astillas
un poco de mi fe. Por mí intercedo.
¿Por qué ya no me palpas con tu dedo
mi llaga de dolor y de puntillas
te escapas de mi lado y me acuchillas
un ciego corazón de aciago aedo?
Nunca podré alcanzarte, Dios de espiga.
Nunca me fundirás con fuego el pecho.
Nunca consumarás esta fatiga.

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Me moriré en la sed de tu hermosura
con este amor de Dios varado al lecho
y sin remedio roto en mi locura.

(«Eucaristía», de Alba de lava, 1989, pág. 162).

El amor humano vertebra toda la poesía de Gahete, en un recorrido
que va desde el desengaño o el desdén hasta la exaltación y la plenitud,
como en estos versos, en que la amada da vida y sentido al mundo:

Porque ella es aire y agua en que respira
la densidad y el culmen de mi fuerza [...].
Y es ala. Y es clamor. Sin ella nada
tiene sentido ya. Basta su vientre [...].
Y es tan niña en edad que hasta los pájaros
beben la plenitud del tiempo en ella.
No la dejéis llorar. Sabed que sangra
el corazón del mundo cuando llora.

(«Ella», de Íntimo cuerpo, 1990, págs. 190-191).

La angustia existencial nos asalta por doquier a lo largo de toda la
producción poética de Gahete, como en el último terceto del siguiente
soneto:

La muerte debe ser como el pasado:
un fuego destructor de hojas besadas
después de tanto andar solo y callado.

(«Después de tanto andar», de El cristal en la llama, 1995, pág. 219).

Esta angustia del existir se funde en ocasiones con el vehemente deseo
de alcanzar a un Dios inasible y silente:

Pregunta hiriente, cruel punzón de lanza:
¿Ingrato Padre Dios, por qué me asolas
dejándome rielar en mar a solas,
frustrado con mi amor sin esperanza?

(«Luz», de El cristal en la llama, 1995, pág. 223).

Algunos poemarios son de contenido monográfico, como Casida de
Trassiera, donde el autor tiende, por encima de los siglos, un puente de
comunicación con el Góngora de las Soledades y el Polifemo, conversando
con él y recreando, con nuevas palabras y miradas, el universo
lírico del poeta culterano:

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Este que veis aquí, de frente amplia,
que en la menuda sien luce un planeta,
morada de profundas caracolas;
obstinado perfil, carne o crujido,
rostro de hiel surcado donde hincan,
mástil mortal, dos rejas su hendidura [...].
Es don Luis, cordobés, hombre de sombra,
de silencios, de muros y de yermos,
arcángel singular, espectro sordo,
sorbiendo luz y flor y, en cada esquina,
la dulce historia del amor que pasa [...].
No nos mueva a piedad tu razón rota
ni tu aliento vencido [...].
Y danos a beber el agua limpia
que nos sacie la sed y que esclarezca
este crisol de signos proclamando
la altísima palabra del misterio.

(«Pasos de un peregrino», de Casida de Trassierra, 1999, pág. 251-254)

Los grandes temas poéticos, en metros clásicos o en verso libre, llegan
hasta los versos de sus últimas composiciones. Así, en el siguiente
soneto, es el amor, concebido como camino hacia la plenitud y la permanencia,
el que se hace presente:

A riesgo del amor, aunque me mate
la cáustica violencia dela vida
me enfrento en soledad y lenta herida
al yugo de dolor que nos abate.
A riesgo de morir en el combate,
te ofrendo el corazón, el alma ardida,
sabiéndome mortal, cumbre rendida
al sórdido rejón que la remate.
Iré donde me lleves: Sima o sierra.
Hasta el gozo del fuego a la nevada
de la pena sin fin. En paz o en guerra
tendré, donde la tengas, mi morada.
Y, si es que está en el fondo de la tierra,
allí los dos seamos todo y nada.

(De El legado de arcilla, 2004, pág. 368).

Pero, igualmente, el paso del tiempo nos arrastra hacia el acabamiento
y arrasará cuanto fuimos y sentimos:


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Sé que me hablas de este mundo nuestro
poniendo el corazón en lo que dices.
Cuando acaezca el tiempo,
nadie se acordará de lo que fuimos.
La muerte sellará con su epitafio
esta larga andadura solitaria
pudriendo la mentira
de quien alguna vez se creyó ajeno
a lo que es sólo humano.
Lo que hoy nos abruma
mañana será nada.

(«Confidencia», de Mitos urbanos, 2007, pág. 392).

El tiempo y la palabra es, pues, una magnífica e ilustrativa representación,
hasta el presente, de la fulgurante trayectoria poética de
Manuel Gahete, a quien deseamos muchos años de vida y creación lírica,
para mayor gloria de las letras hispánicas.

ANTONIO CASTRO DÍAZ
I.E.S. «Triana» (Sevilla)
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